La batalla

Aún no ha amanecido y el hombre busca a tientas el cuerpo de la mujer desnuda. Ella no está despierta, su respiración tranquila indica que todavía duerme y que no responderá a su llamada. Él necesita hacer algo con ella. No sabe qué, solo sabe que necesita tocarla, acariciarla, perturbar su descanso y atesorar su paraíso. Se le antoja incómodo despertarla forzosamente solo para aliviar su necesidad. Pero no puede resistir la tentanción. 

Su mano se posa sobre su vientre y desciende sin titubear. Ella se remueve, pero continúa durmiendo y él se detiene unos segundos hasta asegurarse de que sigue inconsciente. Desliza los dedos entre sus muslos, con extrema precaución, cualquier movimiento brusco podría despertarla. Alcanza la carne más tierna de su cuerpo. Está caliente, y sorprendetemente, también está húmeda; seguramente su cuerpo aún recuerde lo que hicieron antes de sumirse en un profundo sueño. O tal vez esté soñando con él. Remueve los dedos hasta que la yema de su corazón presiona contra la semilla y siente como ella se estremece. Emite un suspiro, pero no se despierta y él profundiza la caricia recorriéndo toda su cálida hendidura. Ella se agita, seguramente mezcla su sueño con las caricias, por eso separa los muslos. Sus ojos siguen cerrados.

Él ya no tiene cuidado, al contrario, se deleita con la visión de sus propios dedos hundidos entre las piernas de la mujer. La descubre retirándo la sábana y se arrodilla frente a ella, utilizando ahora las dos manos. Una acaricia su vientre, la otra presiona su sexo a la vez que hunde un dedo. Siente su estremecimiento, tiene los ojos cerrados, ni siquiera hace intención de abrirlos. Intensifica sus caricias, la atracción se vuelve tan fuerte que no puede evitar acercar los labios y sentir sus palpitaciones en la lengua. Ella arquea la espalda, la sensación la ha golpeado tan fuerte que ha acabado por despertarla y cierra las piernas alrededor de su cabeza. Pero él no quiere dejar de saborearla, así que trabaja con más dedicación tratando de separarle los muslos, que le tapan los oídos; quiere escucharla jadear. Ella intenta apartarle, pero finalmente se rinde y sucumbe al poder de su boca.

Se agita y tiembla, a medio camino entre el sueño y la realidad, todavía no ha podido despejar del todo la mente y salir del pesado sueño en el que estaba sumida. Se alza apoyando las dos manos en la cama, su pecho se hincha de placer cuando inspira profundamente como si le faltase el aire. Tras un par de resoplidos se lanza sobre su amante.Él comprende, o quiere comprender que se trata de eso y le permite un corto espacio para que pueda moverse, sin dejar de lamer sus labios henchidos. Retorciéndose inexplicablemente, ella consigue lo que quiere y ataca el sexo de él. Primero lo agarra con las dos manos, como si tirando de él pudiese atraérlo hacia ella con más premura; luego le devuelve el golpe tragándolo por completo.

La lucha se vuelve cruenta. Sus cuerpos se revuelven furiosos entre las sábanas buscando ganar una posición de ventaja. Ella lleva las de ganar, él está al borde de la rendición. Al darle cobijo en su boca ha notado las pulsaciones y la dureza de su altivo miembro; aún así, ella tiembla por dentro reprimiendo el orgasmo que golpea la puerta con la clara intención de derribarla.

Manos, labios, lenguas, dientes; en el amor, como en la guerra, todo vale.

Ella se ahoga, libera el sexo de él para poder respirar, siente que es tan inmenso que la asfixia. Él aprovecha su descuido, su boca la devora y sus dedos la torturan; no deja rincón sin explorar, ni delante, ni detrás. Ella se queda si aliento, pero no quiere perder, porque él ha hecho trampas al comenzar sin que ella estuviese preparada. De forma irracional, ataca con todo lo que tiene. El sexo del hombre desaparece engullido por completo, ella siente entre sus muslos como jadea, como pierde ritmo, así que no da tregua y entra a fondo. Y él pierde. Ella siente en su lengua los temblores inciales y la calidez se derrama en su garganta. Con su último aliento, entre estertores, él se aferra a ella y alcanza el punto débil que tan bien conoce, haciéndola temblar de pies a cabeza.

Sus cuerpos caen derrotados sobre la cama, las heridas son visibles en sus labios brillantes y sus sexos palpitantes. Buscan a tientas sus manos y las estrechan, recuperando el resuello. Consideran que ha sido una batalla justa.

1 intimidades:

  1. Tras una noche de pasión, una mañana de amor. Me encanta. Esa búsqueda y lucha por ver quién consigue dar más placer. Besosss

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?