Cuentos íntimos: Bella Durmiente (VI)

- No confío en tí - dijo el Príncipe. Era la sexta vez que se encaraba contra Galatea desde que dejaran atrás la caverna que había servido de refugio hasta que cesó la tormenta. - Así que, en esta ocasión, vas a ir por delante de nosotros.

- Creo, mi buen Príncipe, que...

- Cállate, Percival - atajó el soberano con los dientes apretados.

El sirviente se tragó la protesta al ver la furiosa mirada de su señor, pero no se movió de su posición entre Galatea y el soberano. Lo último que deseaba era escuchar otra vez larga lista de razones por las cuales el Príncipe debía matar a la mujer y abandonarla para que su cuerpo fuese devorado por los gusanos y las bestias. Aquella imagen sobrecogía a Percival en más de un sentido, no podía imaginar la dulce carne de Galatea siendo atravesada por aceros, desgarrada por dientes o devorada por los gusanos. Además, la violencia implícita en las palabras del Príncipe lo irritaba. Nunca había puesto en duda su lealtad hacia él, pero empezaba a sentirse terriblemente tentado de darle un buen puñetazo para que dejase de comportarse de esa manera tan infantil. Inculcarle un poco de sentido común y meterle en la cabeza que no hacia falta ser tan condenadamente desagradable para mostrar su desacuerdo.

En esta ocasión, la discusión había comenzado cuando se detuvieron al borde de un precipicio, en un desfiladero de enormes proporciones imposible de cruzar. Galatea había asegurado que, si bordeaban el lado en el que estaban, encontrarían un arbol con el tronco caído junto a un arbusto de flores silvestres de color azul, señal de que allí se encontraba el puente que los llevaría al otro lado. Lo hicieron con mucha precaución y atentos a todo el entorno, ya que aunque no llovía, seguía siendo un lugar oscuro y cualquier paso en falso podría lanzarles al vacío. Para cuando dieron con el árbol y el arbusto de flores azules, allí no había ninguna clase de puente y eso había enfurecido al Príncipe, que a punto estuvo de darle un azote a la cautiva con la funda de la espada. Galatea aseguraba que el puente estaba ahí, pero que era invisible y solo los que conocían el lugar sabían dónde se encontraba. Tanto Percival como el Príncipe se habían aproximado al borde, solo para ver una caída de varios cientos de metros y oscuridad al final del mismo. 

- ¿A qué esperas? Cruza el puente tu primero - demandó el Príncipe. Galatea se pegó a la espalda de Percival y él, en lugar de pensar en defender su honor, lo único que pasó por su cabeza fue la imagen de su desnudez, la del color de su piel cuando se sonrojaba y la dulce visión de su sexo. En ese momento solo deseó tumbarla en el suelo y hacerle el amor hasta caer exhaustos. Las horas y días en la cueva seguían sin parecerle suficientes.

El Príncipe había manifestado rápidamente su poca confianza en ella cuando Percival, agotado, había asumido que era momento de seguir la marcha. Explicó a su Señor lo que había logrado pactar con la mujer: ella no podía decirles dónde estaba la Princesa por la maldición, pero podía llevarles lo más cerca posible hasta ella por un camino rápido y seguro. Antes de emprender la marcha, el Príncipe exigió que fuese atada por precaución; Percival lo hizo, en parte gustoso y ató sus muñecas delante. Para evitar la tentación constante de ver su cuerpo desnudo inmune a los elementos naturales, le puso una capa por encima de los hombros y la ciñó a su cintura. Pero aún así, podía adivinar la curva de sus caderas, la prominencia de sus pechos y sus blancos y esbeltos tobillos quedaban al descubierto. Percival solo tenía pensamientos para esos tobillos, que deseaba besar, morder y atar, en cualquier orden, lo que dificultó su marcha, pues estaba más pendiente de tratar de disimular su excitación; y un simple roce de la tela hacía de su caminar un suplicio.

Galatea cumplió su palabra y les guió por el camino correcto para salir del bosque. Caminaba detrás de Percival, que era quién tiraba de la cuerda que le ataba las manos y de tanto en tanto se volvía para acariciarle los muslos bajo la capa. No sufrieron más emboscadas, y avanzaron con presteza por entre los árboles. Y Percival solo pensaba en esconderse tras uno de esos altos árboles y poseer nuevamente a su cautiva, que le miraba con esos ojos entre culpables y ardientes, con los labios húmedos y rojos.

Una vez dejaron atrás el bosque vislumbraron una extensa llanura de tierra pantanosa y cultivos marchitos. Encontraron un granero medio derrumbado en el acamparon para pasar la noche. Percival tuvo que esforzarse por hacer su parte de la guardia, porque Galatea no solo no padecía por el calor o por el frío, tampoco dormía y se limitaba a mirarle fijamente en silencio. Dividía su atención entre la mujer y el entorno, pero ella le puso las cosas dificiles desafiándole. Los días en la cueva le parecieron ya lejanos cuando la cautiva, cerca del Príncipe dormido, se descubrió el cuerpo y mostró sus curvos encantos a Percival. El sirviente tiró de la cuerda que le ataba las manos mirándola con ojos ardientes. Ella aterrizó convenientemente sobre él y el hombre aprovechó para tumbarla en sus rodillas, arrancandole la capa de un tirón. Le tapó la boca con una mano para ahogar sus gritos y con la otra azotó su trasero desnudo.

- No me provoques - le susurró. Y la obligó a contar los diez azotes que le proporcionó con cuidado para no despertar al Príncipe mientras dormía.


Cuando el soberano despertó para hacer su parte de la guardia, Percival había amordazado y atado de pies y manos a Galatea. El Príncipe no preguntó pero su mirada centelleó otra vez de deseo ante el cuerpo expuesto de la cautiva. Percival se echó a dormir junto a Galatea, envolviéndola en una manta y cubriéndola con su cuerpo. Antes de dormir definitivamente, las manos de Percival recorrieron toda la piel de Galatea hasta que ella estuvo al borde del clímax. Ni sus gemidos ahogados ni su cuerpo caliente le sirvieron para que Percival le perdonase la provocación y le negó alcanzar el orgasmo. El castigo no era únicamente para ella, a Percival también le dolía no poder aliviarse.

Unas horas más tarde, tras una frugal comida, decidieron salvar el tramo que les restaba hasta la muralla de la ciudad a caballo. El Príncie abrió la marcha y Percival puso a Galatea en la parte delantera de su silla de montar. Aquello solo provocó fantasías calenturientas en su mente y durante toda la cabalgada le fue imposible acomodarse detrás de ella sin que cada trote del animal fuese un suplicio. Finalmente, decidió que Galatea iría mejor detrás, pero atada y tumbada como si fuese una pieza de caza recién cazada. Era eso, o hundirse en su dulce trasero mientras cabalgaban y no se sentía especialmente bien pensando en lo último.

Unas horas más tarde, encontraron aquel abismo en la tierra que les impedía seguir avanzando. Se asemejaba a una grieta en la piedra, como si la tierra se hubiese abierto por el paso del tiempo.

- Yo cruzaré el puente - convino finalmente Percival para acabar la discusión. Confiaba plenamente en la palabra dada por Galatea y era hora de demostrarlo. Era momento de dejar la lujuria atrás y emplear la mente en algo productivo.

Se encaminó hacia el borde del desfiladero, observando que, claramente, allí no había más que un abismo negro que prometía una caída interminable. Sonrió para sus adentros y se agachó para recoger un puñado de tierra seca. Luego, la arrojó hacia el desfiladero, ante la envidiosa mirada de su Señor por no haber pensado en aquello y los ojos brillantes de admiración de Galatea por su gran idea. El polvo aterrizó sobre una superficie invisible, revelando los bordes de un puente de dos metros de ancho. Percival sonrió con morbosa satisfacción y miró a su Príncipe levantando una ceja. Cuando miró a Galatea solo pensó en que esos labios serían ardientes al contacto.

- Crucemos... - se aclaró la garganta y acomodó, por enésima vez, la erección en el interior de los pantalones. Nunca imaginó sentirse tan incómodo por una situación así.

- ¡Cuidado Percival!

Un chillido agudo, similar al de un pájaro de presa, retumbó por todo el desfiladero y de pronto una criatura alada surgió por el borde. A esta criatura le siguieron cuatro más, que se abalanzaron sobre Percival y lo derribaron. Se revolvió cuando unas manos lo agarraron de los brazos y de las piernas, inmovilizándolo contra el suelo. Un cuerpo femenino se subió encima del suyo y Percival sintió un nudo en el estómago.

- Arpías - murmuró Galatea con un gemido.

El Príncipe ya había desenvainado el acero y se dirigía a rescatar a Percival cuando tres de aquellas criaturas lo enfrentaron. Eran mujeres y estaban completamente desnudas; cuerpos femeninos de formas voluptuosas y rostros hermosamente provocativos lo estudiaron de arriba a abajo con un brillo codicioso en las pupilas. Dos enormes alas de colores pardos se extendían a sus espaldas, salpicadas de tintes oscuros. Tenían los cabellos sueltos y ondulados, los labios rojos y los pechos turgentes. Cuando la mirada del Príncipe se deslizó hacia abajo, descubrió que sus pies eran como las garras de los pájaros. Al mirar de nuevo sus rostros, ellas sonreían. Todos sus dientes estaban afilados y sus ojos eran de un negro brillante y profundo. El Príncipe vaciló ante la hermosura de aquellas criaturas, cuyas poses eran seductoras, nada hostiles. Sintió unas manos femeninas a su espalda y descubrió a otra de esas exhubierantes mujeres. La cercanía lo impactó, el aura de peligro que desprendía era tan potente como su belleza y cuando ella lo devoró con un ardiente beso, cualquier atisbo de cordura fue borrado. Antes de poder reaccionar, las otras dos mujeres se le habían acercado y una de ellas se subió sobre la hoja de la espada, metiendola entre sus piernas mientras le dirigía una mirada cargada de provocación, toquetandole entre las piernas.

Percival no estaba en mejor situación, tres de las mujeres lo tenían inmovilizado en el suelo y una cuarta se le había subido encima a horcajadas. La excitación previa a la que había estado sometido durante el viaje no ayudó en absoluto a calmar sus emociones; en cuanto la mujer lo envolvió con sus poderosos muslos, se endureció más de lo que ya estaba. Tragó saliva tratando de pensar una forma de escapar, pero el calor del sexo femenino sumado a los pechos curvos y puntiagudos que lo rodeaban, concentraban toda su sangre en un único punto. Un escalofrío le recorrió el espinazo y ahogó un jadeo, tratando de contenerse. Las risitas cantarinas enviaron oleadas de deseo contenido a su entrepierna y Percival cerró los ojos, intentando pensar en otra cosa. Pero imaginar a Galatea estando rodeado de cuerpos excitados que prometían alivio no fue una buena idea. La mujer que tenía encima deslizó las manos por su rostro, su pecho y empezó a desatar los cordones de sus pantalones. Percival se revolvió con todas sus fuerzas, pero su forcejeo enardecía a las mujeres y su pélvis se rozaba entre las piernas de la que tenía encima. Con gemidos y gorjeos, las arpías arrancaron su ropa, tocaron su pecho desnudo, sus hombros y sus brazos. El tacto era ardiente, le quemaban la piel con cada caricia y sus risas le provocaban espasmos por todo el cuerpo. Una de ellas le besó la boca y él le mordió el labio en respuesta. Ella protestó, pero cogió su cara con las dos manos y lamió sus mejillas, su frente y mordisqueo su oreja. Una segunda boca se deslizó por su torso y Percival aulló de frustración cuando la boca de otra de ellas cubrió de saliva su sexo recién expuesto. Una extraña melodía le fue cantada al oído, nublándole los sentidos y las manos sedosas cubrieron su cuerpo. La boca húmeda devoró su dolorida verga, henchida de placer por culpa de las constantes fantasías, deseosa de encontrar alivio. Fue absolutamente consciente de la lengua cubriéndole todo el tronco, los labios apretando su corona, los dedos presionando sus partes más sensibles, los suaves gemidos placenteros de las mujeres encontrando de su gusto lo que estaban probando. Se agitó, temblando, al borde del delirio, tratando de evitar el contacto de aquella boca, pero sus movimientos solo provocaban que se hundiera más en la cálida cavidad de aquella hermosa criatura. De pronto sintió un escalofrío bajarle por la espalda y su cuerpo se tensó; con un grito desgarrado, Percival no pudo evitar darle a esa mujer lo que quería y ella, con un murmullo de regocijo, saboreó la miel recogiéndola con la punta de la lengua, tragando con un sonido delicioso. Casi pudo escuchar como el preciado licor le bajaba por la garganta.


Un aullido de pura rabia rasgó el sobrecargado ambiente y Percival sintió que la presión que las mujeres ejercían sobre él se aflojaba. La que había estado todo el tiempo encima de él aterrizó a un lado en una mezcla de piernas, plumas y gruñidos hasta que una enorme salpicadura de sangre se elevó en el aire. Galatea le desgarró la garganta con sus dientes afilados y le arrancó un puñado de plumas de una de sus alas. Cuando encaró a las otras tres mujeres, su mirada ardía prendida con la llama de mil fuegos y por su hermosa boca resbalaba sangre fresca, deslizandose por su cuello y sus pechos desnudos. El cambio fue instantaneo, las mujeres aladas emitieron unos agudos chillidos y sus facciones se tranformaron en grotescas muecas de avaricia. Galatea se lanzó cual bestia sobre las tres a la vez, rodando por el suelo, formando otra nube de piernas, plumas y sangre. Percival reaccionó sacando el puñal que guardaba en la bota y hundió el arma en el lustroso muslo desnudo de una de las arpías, que lanzó un alarido rabioso. Sus delicadas manos se abalanzaron sobre el rostro de Percival, dispuestas para arrancarle los ojos. El hombre extrajo el puñal de la pierna y lo hundió entre sus costillas, depositando, no sin un atisbo de tristeza, el cuerpo femenino en el suelo mientras expiraba. Galatea se enredó en el cuerpo de una de las arpías, todavía tenía las manos atadas y la soga que le sobraba se les enredaba en los pies, pero eso no le impidió hacerle frente y desgarrarle un hombro con sus fieros colmillos. Al contemplar la brutalidad de la tierna cautiva se sintió hombre afortunado por haber domado semejante bestia. Un chillido a su derecha lo alertó, justo en el instante en que veía a una arpía descender en picado desde el aire con las garras por delante. Se hizo a un lado y ella aterrizó dónde antes había estado él. La enfrentó con el puñal, pero el Príncipe, con menos escrúpulos que él, ya había acudido en su rescate y atravesó el pecho de la arpía. El acero asomó tintado en rojo y el cuerpo se derrumbó a sus pies sin vida.

Los dos observaron la cruenta lucha entre la arpía y Galatea, la primera había logrado agarrar a la mujer de los brazos con sus garras y levantó el vuelo. Percival echó a correr, pero solo alcanzó a rozar el tobillo de Galatea cuando esta fue levantada en el aire. El Príncipe rezongó una maldición y sin pensarlo lanzó la espada contra la arpía. Esta realizó una finta en el aire y el acero solo le cortó unas plumas. Con determinación, la arpía se dirigió volando a trompicones hacia el abismo con Galatea entre sus garras.

- No, no, no... - Percival cogió su arco y buscó a tientas las flechas desperdigadas por el suelo mientras el Príncipe se lanzaba a la carrera hacia el acantilado. No vaciló al poner un pie en medio de la nada y cruzó velozmente el puente invisible, quedando suspendido en mitad de la nada.

Sobreponiéndose a aquella visión tan extraña, Percival tensó el arco y disparó. La flecha atravesó el cuello de la arpía, pero su errático vuelo no se detuvo y con sus últimas fuerzas, se lanzó al vacío. Galatea emitió un grito desgarrador cuando se vio impulsada hacia abajo por efecto de la gravedad... pero tuvo tiempo de lanzar la cuerda que ataba sus manos hacia dónde se encontraba el Príncipe. El soberano agarró la soga y se tensó, preparado para recibir el tirón. El peso de Galatea, sumado al de la arpía agarrada a sus brazos lo tiró al suelo cuando se produjo un brusco frenazo. La arpía soltó los brazos de Galatea y esta se balanceó peligrosamente como un péndulo de un lado a otro, poniéndo a prueba la resistencia del Príncipe. Percival, con el corazón en un puño, cruzó el puente invisible y con ayuda de su Señor, alzaron a Galatea. Solo cuando la tuvo entre sus brazos, herida y sangrando por un millón de cortes, se sintió medianamente aliviado.

- Empiezo a cansarme de que todo lo que quiere matarnos, antes tenga que follarnos... - resolló el monarca, con el cuerpo tenso por la lucha y la sangre chorreándole por los codos. - La próxima cosa viva que vea, la atravesaré con mi espada y no dejaré que me ponga una mano encima...

Completamente sordo, Percival apretó a Galatea contra su pecho, mientras empezaba a pensar que aquel viaje era demasiado peligroso.


5 intimidades:

  1. ¡Guau!, k capítulo más intenso!, me has tenido en todo momento con el corazón en un puño, ansiando saber que pasará a continuación, k tramaban las arpías esas y cómo iban a salir de akel aprieto... y el resultado final a sido 100 por 100 satisfactorio, jejje.

    Buen trabajo kerida Paty, como siempre, una vez más no me has defraudado...

    Cambiando d tema, t paso el link del final d la historia entre Pablo y Eva, escrito por Pukitchan:

    http://pukitchan.blogspot.com/2011/11/en-esta-ocasion-pedire-que-si-eres.html

    Ya me dirás k t ha parecido, saludos y feliz fin de semana!!!

    P.D.: también me gustaría conocer tu opinión sobre esto:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com/2011/11/que-os-parece-esto.html?showComment=1321708409034#c7129329586530295935

    ¿Te suena?, JAJAJAJA. Xao!!!

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  2. Asuuuuuuuuuuuuuuuu!!!!!
    Yo creo que varios quisieran ser atacados así.... jejejejejejeje.....

    Y.... qué pasó después?????
    Porque veo arriba unos nombres conocidos, jejejejeje!!!

    Voy a por ellos!

    (Qué sigue??????)
    ;)

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  3. Hola Dulce, este capítulo tenía que contener una dósis especial de tensión, deseo y peligro. Hay que atravesar un reino MUUY peligroso y hay que tener la cabeza centrada. Así que bueno, ya sabemos lo que traman todos los custodios de la Princesa, ¿no? Pero, ¿por qué razón se abalanzan sobre los viajeros?

    Shang, ¿peligro? ¡Por todas partes! Un territorio hostil, lleno de maldiciones... da mucho juego :D

    Hola Sweeeet ^^ Sí, arriba hay nombres conocidos, sé que lo estabais deseando, jajaja. Y seguirá como siguen todas las historias, con muchos peligros por delante, aún queda camino hasta la Princesa, por eso no te apures :D

    Un saludo!

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  4. "- Empiezo a cansarme de que todo lo que quiere matarnos, antes tenga que follarnos..."

    Parece sacada de la opinion de un jugador sobre el suplemento erotico de Dungeons & Dragons que sacaron ya hace años.

    Por cierto, Percival esta mostrando signos de amor por Galatea, o solo es que se ha encaprichado de ella?

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