Eros íntimos: Paradise (II)


 

―Me llamo Eve ―dijo ella.

―Qué apropiado ―respondió Visnú agradablemente sorprendido. Sus ojos se oscurecieron hasta convertirse en dos brasas de carbón. Cogió la mano de Eve y depositó un beso en sus nudillos. El contacto de sus labios contra la piel le provocó una descarga eléctrica que sacudió todo su cuerpo y le aceleró el corazón―.Eve ―susurró, llenándose la boca con la palabra―, ¿hay alguna fantasía qué te gustaría cumplir?

―No lo sé ―gimió ella sin voz.

Visnú levantó una ceja sorprendido.

―¿No lo sabes?

Eve se mordió el labio por haber sonado tan ignorante y se miró las manos, tratando de buscar el valor que le faltaba para contestar a su pregunta. Era cierto, no sabía qué fantasías sería capaz de desear y tampoco qué sería él capaz de cumplir. Nunca se había planteado nada como esto y suspiró con resignación, segura de que él acababa de perder todo el interés en ella.

―Estás en el Paradise, querida Eve, por una razón. Nadie viene a este lugar si no es para satisfacer alguna necesidad que no puede decir en voz alta o que no quiere reconocer ni ante si mismo―. Visnú se acercó a ella y puso un dedo sobre el labio que estaba mordiéndose―. ¿Es ese tu caso? ¿Te da miedo admitir lo que necesitas? ¿O estás aquí para descubrir cuales son tus anhelos más profundos y tus deseos más inconfesables?

Eve miró a Visnú, que la estudiaba con atención.

―He venido porque necesito...

Visnú silenció su respuesta inclinándose sobre ella. Sus labios atenrrizaron sobre los de Eve y la besó de forma intensa. Eve reaccionó con miedo y dio un paso atrás, pero Visnú avanzó hacia ella y le rodeó la cintura con un brazo para estrecharla a su cuerpo, sin despegar la boca de la suya. El roce dio paso a una caricia más profunda y los labios de Visnú, ardientes, duros y expertos, tomaron posesión de la tímida boca femenina que vacilaba hasta para respirar. Eve se resistió lo justo apoyando las manos en los hombros de su atacante, empujándole para separarlo, pero ni siquiera ponía empeño en hacer fuerza. Cogió aire y al abrir la boca para protestar, le ofreció a Visnú lo que buscaba. Penetró su boca sin compasión. De pronto se vio arrastrada por la fuerza y la determinación de un beso arrollador. Eve dejó escapar un gemido de asombro que reverberó entre sus bocas enlazadas. Visnú, implacable, rodeó su nuca con la otra mano y la apretó contra él para no darle ninguna oportunidad. Eve sintió su impetuosa lengua acariciándola por todas partes y el sabor a alcoholo dulce sumada a la textura rugosa se le metió bajo la piel y le retorció las entrañas.

Fue entonces cuando sintió una presión en el vientre. Se trataba de él, de la erección que tenía. Estaba duro y se le clavaba en la parte baja del estómago. La idea de que un exótico extranjero de modales elegantes pudiera estar excitado por ella se le hizo irresistible. Visnú se centró en hacer una cosa con la lengua que aturdió a Eve y se valió de ello para deslizar la mano por su espalda y bajar la cremallera de su vestido. Eve ni siquiera se dio cuenta de que estaba desnudándola, lo que él estaba haciendo en su boca era tan violento y tan agradable que se quedó hipnotizada y no pudo impedirle que le bajar los tirantes por los hombros para descubrirle los pechos que él se moría por probar.

Visnú se apartó de sus labios y Eve sintió frío en la boca húmeda y desprovista del calor masculino. Se lamió los labios palpitantes recreándose en el sabor que él acababa de dejarle y se estremeció de pies a cabeza. Fue a decir algo, pero Visnú le dio un suave empujón para sentarla sobre una mesa de té y él se arrodilló frente a ella. Eve estaba sonrojada por la excitación y la vergüenza y miró al hombre a los ojos mientras este se acomodaba entre sus piernas, observando de reojo sus pechos desnudos y excitados a la altura del rostro de Visnú. Seguían en el salón, por eso Eve captó unos gemidos a su derecha y al mirar hacia allí vio al hombre atado al diván sufrir violentos espasmos y gritar sacudido por un orgasmo terrible, sin que ninguna de las mujeres que lo acariciaban y estimulaban le dieran un momento de respiro.

Visnú le rodeó la mejilla con la mano y devolvió la atención de Eve hacia él mismo. La miró un momento a los ojos y luego se inclinó sobre sus pechos y cubrió uno con la boca. Eve gimió asombrada por la naturalidad de su descaro, pero se le olvidó que tenía que recriminarle su actitud cuando los dientes mordieron un pezón erizado para después succionarlo con suavidad.

Al otro lado del salón, Saturno observaba la espalda de Eve a través del cristal de su copa de vino alzada. La forma de su cuerpo ondulaba con cada sacudida que la recorría gracias a las atenciones prestadas por Visnú, quién se deleitaba con sus pechos generosos. Saturno sabía bien la adicción que causaban los pechos de Eve, le gustaba rememorarlos en el paladar y en la lengua, como si rememorase los matices de un buen vino. La noche había comenzado como siempre, los invitados del salón pronto habían danzado unos con otros, habían quitado las ropas y las máscaras a sus elegidos y se habían acomodado entre los sillones, cojines y divanes para disfrutar de la noche. Saturno había visto a Eve moverse erráticamente por todo el salón, sin saber dónde situarse, con quién hablar o hacia dónde mirar, sintiéndose fuera de lugar. Aquello le causaba una profunda satisfacción, verla perdida y confundida. Pero no iba a ayudarla a tomar sus propias decisiones ni a conducirla por los placeres del Paradise, porque sería demasiado fácil para ella. Tenía que presionarla de algún modo y Visnú se prestó rápidamente a hacer de caballero de brillante armadura.

Saturno dejó la copa sobre una bandeja y abandonó su posición en una esquina oscura del salón, acercándose hasta la pareja. Visnú ya había saciado su anhelo de hundir el rostro entre los pechos generosos de Eve y ahora deslizaba las manos por el resto de su cuerpo, quitándole la ropa interior y el vestido para dejarla desnuda y a la vista de todo el que quisiera mirar. Saturno permaneció tras ella, contemplando su espalda y admirando sus temblores, escuchando sus jadeos en la distancia. Imaginó estar al lado de Eve para meterse entre sus labios hinchados y llenarle la boca con su excitado miembro, pero no podía precipitarse. Ella estaba allí para redefinir completamente su forma de ver las cosas y aprender cuales eran los placeres que Saturno le ofrecería en un futuro.

Unas pocas palabras en una invitación anónima habían bastado para mover a Eve hasta el Paradise. Por supuesto, ella no sabía que había sido él quién le había enviado la nota secreta y era el momento de revelarle quién era. Aunque... ¿cómo de excitante sería seguir manteniendo el anonimato y dejar que ella sucumbiera a los indecentes placeres del Paradise? Saturno se estremeció y se detuvo cerca de la mesa. Eve estaba sentada en el borde de la misma, con los muslos separados, la espalda estirada, las manos apoyadas en la mesa y la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Visnú deslizaba la lengua por la cara interna de sus piernas, dirigiéndose perezosamente hacia el centro. Saturno rememoró el sabor de Eve, su carne temblorosa cuando la rozaba con la lengua y sintió celos de Visnú, quién ofrecía ahora esas atenciones a Eve. Contuvo la rabia posesiva que le recorrió el cuerpo y se deleitó con la piel de Eve, rosada por el calor de la excitación, y con el borde de sus pechos, que podía verle por encima del hombro.

Visnú hundió el rostro entre las piernas de Eve y ella gimió. Saturno se la quedó mirando, el cuerpo sacudido por espasmos y los labios entreabiertos por el que fluían sus lamentos. En poco tiempo la respiración femenina se fue acelerando y brotó una dulce súplica de voz estrangulada. Saturno se acercó a la pareja con mucho sigilo y cubrió la boca de Eve con la mano. Ella se tensó al instante, cogida por la sorpresa y trató de liberarse, pero Visnú le rodeó las piernas con los brazos, obligándola a mantenerse abierta para él mientras la besaba sin descanso. Eve se retorció, con una mezcla de excitación y miedo fluyéndole en las venas, pero Saturno no quiso hacerla sufrir innecesariamente y le susurró al oído:

―Dejate llevar.

Las palabras fueron magia, Eve estalló y se retorció entre los brazos de ambos hombres, respirando agitadamente por la nariz. La mano de Saturno ahogó sus gritos y Visnú bebió del sexo de Eve, recogiendo con la lengua todo lo que ella ofrecía. Cuando la muchacha dejó de temblar, Saturno deshizo el nudo de su corbata y le vendó los ojos rápidamente para después tumbarla sobre la mesa. Eve no lo había reconocido por la voz, pero seguro que lo haría en cuanto se recuperase del orgasmo. No podía dejar que lo hiciera. Visnú deslizó los dedos por las piernas de Eve y hundió los dedos entre sus pétalos mojados. Ella se encogió por la impresión y ahogó un jadeo, tanteando con las manos la forma de levantarse y apartar al hombre de entre sus piernas. El placer volvió a crecer dentro de ella como un volcán y se retorció gimiendo y suplicando. Saturno la cogió por las muñecas y se las inmovilizó con  una mano, mientras se desabrochaba los pantalones con la otra. Aliviada la tensión, acarició el rostro de Eve, sus mejillas, sus labios y su lengua, introduciendole el pulgar para que chupara mientras Visnú se inclinaba para darle placer de nuevo con la lengua. Eve estaba completamente rendida y Saturno contempló el magnífico cuerpo femenino de pechos generosos convulsionar sin voluntad sobre la mesa de té en la que habitualmente tomaban café por las tardes. Con el pulgar le ordenó que dejara la boca abierta y ella obedeció, separando los labios y sacando la lengua, intuyendo lo que iba a ocurrir. Saturno se hundió en su boca lentamente, disfrutando de la textura de su lenga, de la calidez y la humedad de su saliva, recreándose en el momento. 

Estaba tan tenso que tuvo que calmarse para no empezar a empujar como un loco dentro de su boca. Ella lanzó un gemido que le acarició el miembro y Saturno cerró los puños para no perder la compostura. Tres años había tenido que esperar para esto, tres años para quitarle de la cabeza a Eve todas las nocivas lecciones de correcto comportamiento femenino y hacer que se olvidase de la lista de cosas indecentes que una dama no debe hacer ni siquiera con su marido. Esto era un progreso y necesitaba disfrutar de él. Visnú profundizó sus caricias y el cuerpo de Eve se retorció de placer. Saturno sintió el roce de su garganta y la atravesó, provocando que ella se agitara todavía más. Pensó que le había hecho daño y le soltó las manos, retirándose un poco, pero Eve lo agarró de los pantalones para que no se apartara y se apretó a él, inclinando la cabeza para dejar más espacio y tragandolo. Saturno dejó de contenerse y sostuvo la cabeza de Eve con ambas manos, acariciándole las mejillas con los pulgares. Visnú deslizó la lengua por su piel hasta sus pechos y penetró su sexo, provocándole nuevas convulsiones a Eve. 

Ella aceptó gustosa la invasión, con el cuerpo inflamado por un oscuro y primitivo deseo. Ahora ya sabía lo que sentía aquel hombre del diván, atrapado entre dos mujeres. Ahora ya sabía qué podía obtener en el Paradise y lo quería todo. Se acabaron los recatos. 

1 intimidades:

  1. me gusta mucho tu blog, me gusta mucho la literatura eroticaa... *-*
    te invito a mi blog besos
    http://gesioz.blogspot.com/

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