El juego del señor Wolf (Cap. 4)


Una noche con él era peligroso. No solo para su cordura sino para su reputación y para su decencia. Cuando el señor Wolf hablaba, convertía en un asunto muy sencillo ceder a los caprichos del cuerpo. Solo le estaba pidiendo una noche, prometiéndole cosas que Robert no podía ofrecerle y que ningún otro hombre le ofrecería jamás. Pero también le ofrecía otras cosas, más trascendentales e incluso, cosas duraderas. No, el señor Wolf no quería conformarse con una noche, con un desfogue rápido. ¡Por amor de Dios! Era tan apasionado en sus demandas que incluso le había rogado ser la madre de sus hijos. ¿Qué hombre en su sano juicio le pedía eso a una mujer a la que acababa de conocer?

Pero Blanche ya no se sentía una desconocida frente a él. La conversación del restaurante la había dejado expuesta ante él, la había hecho sentir vulnerable. El señor Wolf había preguntado cosas que un hombre no debería preguntar jamás a una mujer casada, incluso por asuntos que una persona normal no pregunta a otra por educación. Eran cuestiones de índole personal y ellos dos apenas se conocía, y ahora este hombre sabía cosas que ni siquiera su esposo conocía. Ella no sabía nada acerca del señor Wolf y este le estaba pidiendo que confiara en él. A ciegas. Y, como compensación, aquel hombre sabría cómo acercarla a ese mundo que tanto anhelaba.

Nunca habían permitido a Blanche hacer lo que deseaba. Siempre existía algún elemento que le impedía hacer lo que más le gustaba. Primero había sido la danza, no podía seguir bailando porque su anatomía no reunía las características necesarias que todo director buscaba en una estrella. Ser relegada a la parte de atrás no entraba en los planes de su familia así que la enviaron a la universidad. Allí conoció al que sería su marido durante unos seminarios, él era uno de los doctores invitados a dar una charla sobre un tema que a Blanche le gustaba mucho. Cuando empezaron a salir, sus notas no eran suficientemente buenas para seguir manteniéndose en la universidad y unos papeles extraviados en la administración echaron por tierra sus esperanzas de conseguir una plaza en el curso siguiente. Cuando decidió que dejaría a Robert, que haría la maleta y se marcharía del país a buscar la vida que quería, él le pidió que se casara con ella delante de toda su familia y, presionada por las circunstancias, dijo que sí en lugar de no. Para asegurarse de que durante los preparativos a Blanche no le entraran dudas y anulara la boda, su padre le enumeró la importancia de casarse con Robert Doug, señalándole al detalle cómo estaban las cosas para ella en un mundo como aquel. Blanche tuvo que aceptar que ella estaba en la Tierra para ocupar un lugar en el espacio al lado de un hombre y nada más. Su papel era el de hija respetable y mujer honorable, como si fuese una fémina del siglo pasado. Por mucho que estuviera en pleno siglo XXI nunca tendría una historia de amor como la que soñaba de pequeña cuando se ponía las zapatillas y tampoco podría vivir de su trabajo como las mujeres modernas porque no tenía acabados los estudios. Sin fuerzas para seguir luchando contracorriente, apesadumbrada y temerosa de que alguien descubriera los extraños episodios que sufría las noches de luna llena, se abandonó a las circunstancias. Ahora se encontraba en un momento de su vida en el que se había resignado a seguir observando cómo los días avanzaban por el calendario, esperando a que pasara la vida.

Hasta que el señor Wolf se cruzó en su camino.

Blanche nunca se había quejado de forma abierta de su infelicidad. Tampoco daba muestras de sentirse insatisfecha con Robert. Había aprendido a fingir ser la dama que todos esperaban que fuese para que la dejaran relativamente tranquila y de vez en cuando trataba de rebelarse mediante agotadores arrebatos que no siempre funcionaban. No quería ir a aquella fiesta pero Robert había insistido tanto que al final había cedido. Y allí todo se había torcido. Allí, cuando su mirada se cruzó con la de un hombre de ojos dorados como el oro líquido, una salvaje necesidad de libertad había estado a punto de hacer que se desmayara. A este anhelo se le superpuso una capa de primitivo deseo, su cuerpo sufrió una respuesta física tan violenta que fue como si alguien le hubiese arrancado la ropa de repente. Y no le habría importado en absoluto estar desnuda si con eso conseguía que ese hombre siguiera mirándola como lo hacía.

El tórrido beso del baño, las caricias, la compostura perdida, la búsqueda de autocontrol… había sido todo tan irracional que le ardían las entrañas al recordar como deseaba con toda su alma ser poseída allí mismo por un completo desconocido. Sobre la encimera del lavabo, con la ropa rasgada y sus dientes clavados en el hombro. Su mente lo recreó con mucha facilidad, lo saboreó incluso, hasta que la realidad sobrevino de golpe como un soplo de viento levantando una cortina de polvo.

Blanche emitió un suspiro antes de volver a mirar al señor Wolf a los ojos. ¿Por qué ese hombre había trastocado todos sus planes? ¿Por qué su cuerpo respondía con aquella fiereza ante la cercanía del señor Wolf? ¿Por qué él le decía unas cosas que ella siempre había deseado escuchar de un hombre, como si supiera con exactitud lo que pasaba por su cabeza? ¿Por qué ahora mismo solo deseaba montarse encima de él y ofrecerle sus pechos?

Estaba loca.

—Una noche —repitió el hombre besándole la mejilla.

Su aliento abrasador le acarició el pómulo y ella se estremeció, sintiendo como sus pechos se volvían pesados y sensibles.

Apretó los puños. Él olía a jabón y a hombre, a tierra y a lluvia. Era un aroma salvaje que tocaba fibras sensibles de su cuerpo. Deseaba desnudarse delante de él como nunca había deseado desnudarse delante de un hombre.

—¿Por qué sólo una noche? —murmuró con amargura, burlándose de él y de ella misma.

—Porque me basta con una noche para conseguir que te enamores de mí.

Estuvo a punto de echarse a reír, pero al final no lo hizo.

—Está bien.

Ni siquiera reconoció que había dicho esas palabras en voz alta, pero ya no importaba. Blanche siempre hacía lo que los demás le pedían, ¿por qué negarse a satisfacer los caprichos de un completo desconocido? Al menos, mirándolo desde un modo práctico, haría algo que ni sus padres ni su esposo esperarían que hiciera. Iba a tener una aventura condenada desde el principio, todo acabaría con la salida del sol porque los hombres como el señor Wolf no eran de los que juraban amor eterno. Pero al menos, pensó Blanche, podría creer que sí por unas pocas horas. Llenaría su espíritu con la pasión que él prometía darle, se empaparía con las sensaciones que él despertaba en ella y luego volvería a su rutina diaria atesorando aquel encuentro. Quizá se enamorara de él. Si eso llegaba a ocurrir, pasaría el resto de su vida recordando el instante en el que por una vez fue feliz.

Jadearía, gritaría y sollozaría de placer; lloraría de amor, besaría y se estremecería de pasión. Pero solo por esta noche.

Sintió que el hombre se relajaba a su lado, como si durante toda la cena hubiese estado tenso. Hundió la nariz en la curva de su cuello para aspirarla, como hizo aquella vez en el baño de señoras y Blanche cerró los ojos, súbitamente sofocada. Tenía las mejillas ásperas y rasposas, con la barba le arañó la piel del hombro y ella se derritió, acalorada por el primitivo contacto.

—Gracias —dijo él, aliviado.

¿Alivio? Tuvo ganas de reír como una loca, ella estaba tan tensa que no podía soportar estar dentro de su propio cuerpo.

—No me dé las gracias, señor Wolf —gruñó ella.

Mientras decía aquello, él cogió el tirante de su vestido junto con el del sujetador con los dientes. Aprisionándola contra el asiento poniéndole una mano en las caderas, deslizó el tirante por el brazo hasta que le desnudó un pecho.

—¡Señor Wolf...! —exclamó ella, justo antes de ahogar un gemido de sorpresa cuando el hombre le cubrió el pezón con la boca.

Había sido muy rápido. Demasiado.

Blanche levantó una mano para apartar al señor Wolf pero él ya había lamido varia veces la dura punta de su pecho y ahora succionaba con suavidad, despertando tórridas sensaciones en su cuerpo a una velocidad vertiginosa. Blanche se mareó, se le aceleró el corazón y la respiración, la piel se le erizó y una excitación sin igual inundó su torrente sanguíneo. Se retorció en el asiento intentando alejarse de la boca caliente del señor Wolf, pero en lugar de apartarse se estaba acercando más, ofreciéndole sin querer más de sus pechos. Él no lo pensó dos veces y le apartó la tela del otro seno para aferrarse a su pezón como un bebé hambriento. Blanche se llevó las manos a la cara, horrorizada, sintiendo como una llamarada restallaba en su vientre y se expandía hacia todas los rincones de su cuerpo.

Una noche, le había dicho. No esperaba perder la cabeza tan pronto. Empezaba a sospechar que el señor Wolf sí sería capaz de satisfacer todos sus anhelos y eso la aterrorizó. Blanche alzó una mano temblorosa y lo agarró por el pelo, sintiendo en los dedos la suave textura de sus mechones, que enviaron dulces calambres por su brazo hasta arreciar en sus pechos. Dejando un rastro de cálida humedad en la piel de sus pechos, el señor Wolf levantó la cabeza y la miró a la cara con aquellos ojos como el oro líquido mientras ella cerraba el puño detrás de su cabeza, aferrándose a su cabello. Atravesándola con unas pupilas oscuras como una noche sin luna, acunó un pecho palpitante y mojado en la palma de la mano y pasó la áspera superficie de su dedo por el pezón recién estimulado.

A Blanche se le nubló la vista y echó la cabeza hacia atrás incapaz de contener el gemido que surgió desde su garganta. Fue demasiado consciente del crudo tacto masculino y de la mirada penetrante del señor Wolf mientras la tocaba. Sí, sabía cómo tratar a una mujer. Su arrogancia tenía fundamento. ¿Cuándo un hombre la había tocado así? Nunca. ¿Cuándo había fantaseado con un tacto como aquel? Toda la vida.

El señor Wolf depositó unos besos sobre su garganta mientras hacía rodar su pezón entre los dedos, amasando el placer que crepitaba en su interior. Sintiendo un agudo calambre por todo el cuerpo, pegó la espalda al asiento sobrecogida por un agudo deseo que hizo vibrar su sexo. Él deslizó la lengua por toda su garganta, desde el hueco que existía entre sus clavículas hasta su barbilla, cubriéndola con una saliva abrasadoramente húmeda. Ella había aflojado el amarre de su pelo sin darse cuenta y él siguió subiendo por mentón hasta lamer los labios, la nariz y la frente. Cuando se apartó, la distancia permitió que la saliva se enfriara sobre su piel, poniéndosela de punta. Él emitió un gruñido, un tono de voz tan bajo que a Blanche le tembló el estómago.

La miro de nuevo a los ojos mientras se pasaba la lengua por los labios.

—Dime que me detenga, Blanche, y lo haré —murmuró con aspereza.

Ella no dijo nada. No podía. Al no obtener respuesta por parte de ella, Wolf deslizó los dedos calientes por la curva de su nuca y la sujetó por el pelo igual que ella estaba haciendo con él. El tirón provocó una corriente eléctrica que viajó por toda su espalda hasta provocar un ardiente tirón en su sexo. Blanche exhaló un jadeo sin ser consciente de que había estado conteniendo el aire. Mirándola de nuevo a los ojos, le acarició los pechos durante lo que a ella le parecieron horas, estimulando alternativamente sus pezones, afilando el placer con pellizcos y tirones. Se le humedecieron los ojos.

—Dime que pare —insistió él.

No. Nunca. Ni siquiera aunque el placer le provocara lágrimas.

Blanche escuchó a lo lejos el ruido del tráfico. El vehículo en el que estaba se deslizaba entre las calles repletas de coches, al enfocar con la vista al señor Wolf descubrió como los faros de los coches, de vez en cuando, iluminaban su rostro. Un rostro que no era de este mundo, los ojos igual de calientes y hermosos que el oro fundido, la expresión hambrienta, la boca convertida en una línea dura e implacable.

Sin previo aviso, el señor Wolf le cubrió los pechos con la ropa interior y el vestido. El contacto de las telas le arañó la piel sensible. Metiendo la mano entre sus piernas acaricio los muslos femeninos. Blanche cerró los ojos y tragó saliva, no podía escuchar otra cosa que su corazón latiendo en sus oídos. Intentó controlar la respiración, no permitir al señor Wolf comprobar cuán débil era entre sus manos, pero todo resultó inútil. Una vez bajo la falda, el hombre desabrochó las pinzas que sujetaban las medias y cogiendo sus bragas con el puño, las arrancó con un tirón tan preciso que la prenda cedió al instante. A Blanche le palpitó la piel dónde se le habían clavado las costuras de la prenda y se mordió el labio al comprobar como su excitación se derramaba sin control entre los muslos. El aroma de su excitación inundó el ambiente y el señor Wolf aspiró, emitiendo aquel primitivo gruñido que a Blanche le calentaba la sangre.

Tan deprisa como había comenzado, acabó. El señor Wolf se apartó de ella y salió del coche. Blanche dejó salir de golpe una enorme bocanada de aire y al volver a aspirar, el aire del interior del vehículo le abrasó los pulmones. Tosió, se estremeció y tuvo que rodearse con los brazos cuando una crepitante energía brotó de ella. Quería empezar a gritar, se mordió la lengua y se clavó las uñas en el brazo, asustada ante las reacciones que estaba experimentando. Solo la había tocado un poco y ya estaba muerta de deseo por él, acalorada e impaciente.

¿Desde cuándo era una mujer tan débil?

Mientras el señor Wolf daba la vuelta por detrás, ella trató de recomponerse y calmarse, pero fue imposible. Su cuerpo temblaba y su vientre se convulsionaba, tenía demasiado calor. La puerta de su lado se abrió y el señor Wolf le tendió la mano para ayudarla. Confusa y caliente, aceptó su mano y el fresco de la noche le apaciguó el rubor de las mejillas cuando salió del vehiculo.

No estaban dónde Blanche creía que estarían. Al principio se le había ocurrido que él la llevaría a un hotel, a alguna habitación especial que él tuviera reservada para sus conquistas. Luego pensó, en un arranque de romanticismo impropio de ella, que la llevaría a su casa. Pero estaba en la puerta del teatro.

El señor Wolf mostró una tarjeta al portero que había en la puerta y este los dejó pasar. Blanche se sujetó al brazo del señor Wolf mientras la conducía por unas escaleras y la música comenzaba a llegar amortiguada a través de las puertas. La obra, fuese cual fuese, no había comenzado y la orquesta afinaba los instrumentos. Fue vagamente consciente de que atravesaban unos pasillos para llegar hasta uno de los palcos superiores y justo cuando se sentaba en una cómoda butaca de terciopelo, las luces se apagaban y comenzaba la función.

—Espero que Romeo y Julieta sea tu ballet favorito.

Blanche apoyó las manos en el borde del palco y se asomó. La euforia se mezcló con la lujuria. El deseo con la tristeza. El placer con la locura. Estaba perdida. No iba a ser una aventura de una noche. Un hombre como el señor Wolf no invitaba a una mujer al ballet. Le había pedido una noche y en lugar de llevarla directamente a la cama, la había llevado al teatro.

Blanche se volvió para mirarle. Se había acomodado en la silla con una pierna cruzada sobre la otra. Él no la miró, quizá fingió no darse cuenta de que estaba siendo observado por ella, y perdió la vista en el ballet que ya comenzaba.

Ella deseó besarle la boca. Lamer su cuello. Acomodarse entre aquellos muslos y abrir los labios para él, para que le hiciera las cosas que nunca un hombre le había hecho. Y ella quería hacer cosas con el señor Wolf, cosas que una mujer como ella nunca había hecho.

Las haría esta noche. Se dijo. Después de la función dejaría salir a la bestia sedienta de lujuria que llevaba encerrada durante toda su vida.






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1 intimidades:

  1. Anónimo17:29

    Wow excitante y apasionado este capítulo!, siento la necesidad de querer más (quede corta xD), muchas gracias por traernos un capítulo más de esta obra que me encanta y me fascina, un saludo desde Venezuela y se espera el siguiente capítulo ^^.

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