Una noche con la señorita Moon (cap. 7)


El señor Wolf observó el cuerpo de Blanche tendido sobre los asientos traseros. Temblaba con los rescoldos de un intenso placer. Percibió que se relajaba, todo lo que podía relajarse después de haber quedado a las puertas del orgasmo, y cuando su respiración se volvió más tranquila, deslizó la falda por sus muslos para cubrir sus preciosas nalgas sonrosadas. Cerró los ojos un momento, para no venirse abajo.

—¿Dónde estamos? —oyó que preguntaba ella.

Wolf contuvo un suspiro. Sosteniéndola entre sus brazos, la enderezó y besó sus labios hasta dejárselos hinchados y sensibles. Tenían un sabor dulce, estaban tan calientes como lo había estado su sexo. Ansiaba introducir su miembro en la boca femenina para comprobar que lo apretaba con la misma ansia con la que su sexo lo había ceñido.

—Te he traído a mi casa.

—¿Al mismo lugar a dónde llevas tus conquistas?

Tenía la voz un poco grave, aquel tono fue plancentero para él, no pudo resistirse a volver a besarla en lugar de responder.

—Yo no conquisto, Blanche —murmuró sobre su boca caliente. Le acaricio los pómulos, tenía la piel cubierta por la sal cristalizada de sus lágrimas, y no se resistió a probarlas, deslizando la lengua por sus mejillas—. Yo cazo, someto y me apareo.

—¿Me has cazado?

—Dímelo tú.

—¿Me vas a someter?

—Sí.

Las pupilas femeninas adquirieron una fascinante tonalidad oscura y Wolf percibió un brillo de interés. Se le inflamaron las entrañas, la recostó contra el asiento y devoró sus labios con hambre, mientras deslizaba una mano por el interior de sus muslos para acariciar su sexo empapado. Ella se encogió, tenía la piel sudorosa y caliente, Wolf estaba encantado con sus reacciones y se moría por hundirse de nuevo en ella. Encontró el abultado clítoris y lo acarició directamente con el pulgar, notando como ella tremolaba ante el intenso placer que le causaba. Wolf sabía que una estimulación directa era muy dolorosa, pero quería ver hasta dónde era capaz de aguantar antes de rendirse y acarició sin compasión aquella zona, viendo como su rostro se contraía.

—Por favor… —suplicó con los ojos entornados.

Wolf suavizó la caricia. Un poco. El cuerpo femenino temblaba de una forma que no había visto nunca.

—¿Alguna vez te han lamido el sexo? —le preguntó.

—No.

—Yo lo haré. Te separaré los labios con los dedos y, exactamente cómo te estoy acariciando ahora, en lugar de un dedo, te pasaré la lengua una y otra vez.

Ella se estremeció, revolviéndose para apartarse de sus caricias. Lo agarró del brazo con ambas manos y clavó sus ojos plateados en él, dos lunas redondas en cuyo centro se formaba una vorágine oscura. Wolf se puso tenso y ahogó el deseo de aullar hacia aquellos iris, igual que cuando lanzaba sus lamentos al cielo.

—Señor Wolf…

—Me encanta como gimes mi nombre… vas a gritarlo durante toda la noche.

Esparció la cremosidad de su sexo por la cara interna de sus muslos, hasta las rodillas, y con un último beso, salió del coche y le tendió la mano para ayudarla a salir. Blanche tardó un poco en levantarse, tenía el rostro sonrojado y la mirada perdida. Wolf la cogió por el brazo y con suavidad, la condujo al interior del edificio, notando que ella no era capaz de sostenerse en pie.

—No vamos a la casa dónde recibo las visitas, sino a mi apartamento privado —explicó mientras cruzaban un silencioso vestíbulo de mármol. El portero del edificio, un hombre ataviado con un uniforme negro, llamó al ascensor en cuanto le vio llegar, y Wolf le hizo un gesto con la cabeza para que desapareciera de su vista—. Las paredes de mi habitación son de cristal —dijo cuando entraron en la cabina—. Puedo ver la ciudad desde cualquier ángulo y cuando me tumbo en la cama, puedo ver la luna. Su ciclo completo, noche tras noche, desde que nace hasta que vuelve a desaparecer. Esta noche está en cuarto menguante.

Ella no dijo nada. Wolf la observó de reojo, tenía la mirada agachada y respiraba con un poco de agitación, mordiéndose el labio inferior. Al verla sumida en sus propios pensamientos, deseó conocer lo que pasaba por su cabeza en ese momento. Sabía que ya no tenía escapatoria, una vez cruzara las puertas de su apartamento ya no podría echarse atrás. La cogió por la barbilla y la obligó a mirarle.

—Dime una palabra —le pidió.

—¿Para qué?

—Piensa en una palabra que no usarías jamás en mitad de un acto sexual.

Ella contuvo el aliento y se quedó mirándolo a los ojos durante un buen rato. Pero al fina, contestó:

—Oro.

—Recuérdala. Es importante que lo hagas. No la arrojes como un arma contra mí, utilízala solo si has llegado al límite.

—No entiendo…

—Lo entenderás.

Cuando las puertas se abrieron, accedieron a un pasillo blanco cubierto de moqueta negra. De las paredes colgaban tapices con escenas de bosques, de caza, y mujeres ataviadas con finas túnicas que portaban ánforas llenas de agua. Predominaba el color del otoño, paisajes repletos de árboles y florestas en las que lobos, osos y zorros, se mezclaban en una armonía de colores rojizos y amarillos. Accedieron entonces al apartamento, un enorme espacio sin paredes interiores del mismo estilo que el pasillo. Los muros que bordeaban el salón tenían un color verde oscuro, como el de los pinos, y los muebles eran de madera vieja.

Wolf situó a la mujer en mitad del salón y le quitó el abrigo, dejándolo caer sobre el sofá. Tenía el cabello alborotado, en silencio le quitó las horquillas y peinó sus mechones con los dedos, deleitándose con el tacto. Aspiró su aroma. Usaba jabón natural para lavarse el cabello, ansioso, hundió la cara en su cuello para deleitarse con olor de su piel. Estaba caliente, olía a hembra y a sexo, a azúcar, a nubes. A agua fresca de arroyo. La imaginó tumbada sobre una cama de hierba y flores, cubierta con la dulce savia de los bosques, desnuda, exultante, bañada por el sol y por la luna.

Lanzó un gruñido seco. La ciudad era para gente civilizada, él necesitaba poseerla al aire libre como el salvaje que era. Quería empaparla de la naturaleza de los bosques, hacerle el amor a cielo abierto, observar el orgasmo de Blanche con el cuerpo femenino encima del suyo, recortada contra el manto de las estrellas en una noche calurosa de verano.

No podía hacerlo todavía, antes tenía que someterla a él. No quería revelarle su naturaleza hasta estar seguro de que la mujer sería capaz de soportar la verdad. Le puso la mano en la parte baja de la espalda y la empujó. Notó como la energía brotaba de ella, entumeciéndole la muñeca, y la obligó a caminar hacia las escaleras de caracol, de madera natural, hacia el piso superior.

Su habitación era de paredes transparentes. Blanche observó fascinada como la ciudad los rodeaba. Al mirar hacia arriba, observó el cielo.

—Podemos ver de dentro hacia fuera —le explicó, temblando de anticipación. No tenía ningún sentido tranquilizarla, quería presionarla, avergonzarla y satisfacerla, pero le dio toda la explicación, quizá impulsado por la necesidad de agradarle—. Nadie puede ver el interior, a menos que apriete ese botón de ahí. Los cristales dejarán de ser opacos y cualquiera que mire hacia aquí, podrá vernos con claridad.

Los señaló. Blanche siguió la dirección de su mano con interés.

—¿Ahora están activados?

—¿Quieres que los desactive?

Ella vaciló. Wolf supo al instante que luchaba contra el deseo de decir que sí. Blanche negó con la cabeza y él se sintió ligeramente decepcionado.

—Respetaré tu decisión —susurró—. Por ahora.

La empujó un poco más hacia el interior de la habitación. La cama era una estructura de roca y madera sin tratar, áspera y nudosa. Tenía forma de nido, era redonda y las sábanas eran de color negro. Wolf envolvió la cintura femenina con las manos y la acercó hacia un enorme mueble con cajones que estaba pegado a la única pared que no era de cristal, en el cual había un espejo ovalado con un marco tallado para darle la forma de un entramado de hojas y ramas.

Wolf colocó a Blanche ante el espejo y bajó la cremallera de su vestido. Ella contuvo el aliento.

—No cierres los ojos. Vas a mirarte en este espejo mientras te excito. ¿Alguna vez te has masturbado delante de un espejo?

Por la forma en que se sonrojó, supo que no.

—Wolf… yo…

—Señor Wolf para ti, Blanche. Me gusta como te diriges a mí de esa forma, educada y correcta. ¿Qué ibas a decir?

—Nada, señor Wolf.

Sonrió con arrogancia y deslizó los tirantes por sus hombro. Con mucha lentitud, deslizó el vestido por sus curvas, dejándolo tendido a sus pies como espuma de mar. Le acarició los brazos con los dedos, notando la electricidad que surgía con el contacto y con un movimiento preciso, liberó los corchetes del sujetador. Blanche exhaló un jadeo, Wolf retiró la prenda con mucha lentitud y después la lanzó hacia un rincón. Observó el cuerpo de la mujer a través del espejo y sus ojos se detuvieron en sus pechos. Ella se encogió ligeramente al sentirse observada, sus pezones se elevaron hacia arriba y su piel se sonrojó aún más.

Le cubrió un seno con la mano. Necesitaba tocarla. Se moría de ganas por tocarla en cualquier parte. Ahora tenía todo el derecho a hacerlo, Blanche estaba en su guarida, era suya ahora. Empezó a acariciar el pecho caliente con delectación, embriagándose con la suavidad de su piel. Con la palma, frotó su pezón duro hasta que Blanche entornó los ojos por el placer y entonces le cubrió el otro seno con la otra mano. La atrajo hacia él agarrándola de los pechos y comenzó a darle pequeños pellizcos y tirones a sus erizadas crestas. En el espejo podía observar sus reacciones, la forma en que Blanche fruncía el ceño cuando algún pellizco era demasiado fuerte. Apretó hasta que ella se enderezó con un chillido.

—Señor Wolf…

—Di tu palabra, Blanche. Cuando no puedas soportarlo, di tu palabra. Mientras tanto, nada de lo que digas me detendrá. ¿Lo has entendido?

—Sí, pero…

Apretó a un más fuerte, enloqueciéndola.

—¿Vas a decir tu palabra? Si la usas para intentar escapar, te castigaré. Acepta lo que hay, querida Blanche. Deja de escapar. No puedes.

—No… no puedo —protestó, con lágrimas deslizándose silenciosas por sus mejillas.

Liberó sus pechos, ella respiró de forma entrecortada y se los acarició, buscando aliviar el dolor mezclado con el placer. Wolf le acarició la nuca con las dos manos, la sujetó por el pelo y la inclinó hacia delante, hasta ponerle la cara sobre la superficie de la cajonera.

—Separa las piernas —exigió.

Ella obedeció. Wolf cerró los ojos, estaba tan acalorado como lo estaba ella y su control pendía de un hilo. Quería ser duro con ella, devolverle una parte de su frustración, mostrarle los placeres y deleites que él bien conocía. Su parte animal quería aparearse con Blanche, su parte racional quería follarla por todas partes, por turnos, de todas las maneras posibles. ¿Qué parte de él, entonces, era la más salvaje? ¿La que buscaba procrear, o la que buscaba satisfacción? No estaba seguro.

Se quitó el cinturón con una mano. Con la otra, apretó la cabeza de Blanche contra el mueble para que no se moviera. Dejó el cinturón sobre la cajonera, para que ella lo viera bien. Luego le dio una suave patada en el tobillo.

—Separa más las piernas. Quiero que estés bien abierta para mí.

Blanche obedeció. Wolf observó de reojo la tensión de sus muslos, lo único que cubría a la señorita Moon eran las medias y los tacones. Nunca había sido un fetichista de la lencería femenina. Ahora sí.

—Más —exigió, impaciente.

Blanche protestó cuando los músculos empezaron a tirarle, pero aún llegó a separar los muslos unos centímetros más. Wolf pensó entonces que, si la quería abierta, podía atar sus tobillos a las patas del mueble. La idea lo fascinó. Pero no lo haría ahora, ahora necesitaba hacer otra cosa y con ansiedad, acarició su sexo, comprobando que seguía muy mojada y muy excitada. Se lamió los dedos llenos de esencia femenina. Volvió a empaparse los dedos y, en esta ocasión, la penetró, notando enseguida la resistencia de su cuerpo y la ansiedad con la que palpitaba. Gimió, complacido, antes de inclinarse hacia ella.

—Voy a lamerte el sexo, Blanche —anunció.

Sin dejar de sujetarle la cabeza, se inclinó sobre su sexo y lo observó. Con la mano libre, impregnada de savia, le separó los labios y, hambriento, se lanzó hacia su clítoris para devorarlo.




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2 intimidades:

  1. Anónimo7:44

    Más.... por favor.!
    Excitante, pero muy corto!
    Ana Maria

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  2. Un relato muy fino y bien narrado, me encanto... ¿para cuando el próximo?

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