Cautiva por el señor Wolf (cap. 10)


Se preguntó dónde había estado escondida esa parte de ella que había temblado de deseo por un hombre al que no conocía de nada. Esa parte que, durante un momento de la larga noche, había acariciado con la lengua el ardiente sexo del señor Wolf, apreciando cada vena marcada sobre la tensa piel que lo cubría. La Blanche que había apretado los labios en torno al grueso tronco era otra persona, una desconocida lujuriosa que disfrutaba lamiendo la tersa y sabrosa corona de un pene increíblemente delicioso.

Porque el señor Wolf era sabroso en todos los aspectos. Cada centímetro de piel contenía matices salados y almizclados que habían intoxicado sus sentidos, enturbiando su mente cada vez que recogía una gota de sudor con la lengua. Su sexo era todavía más sabroso que el resto de su cuerpo y la manera en que él la había empujado para que aceptara su miembro con más profundidad cada vez, le había agitado sus entrañas y removido todo su mundo.

Blanche suspiró. Ni siquiera el agua fresca de la ducha, que le corría por el cuerpo con tórridas caricias, aplacaba el doliente deseo de regresar junto al cuerpo del hombre y fundirse a sus músculos nerviosos y sublimes. Se pasó las manos por el cuerpo, enjabonándose. Wolf no había dejado ni un solo centímetro de ella sin lamer, morder o acariciar, y cada vez que se rozaba los pechos hinchados, temblaba. Reprimió un gemido y se centró en olvidar lo sucedido, pero era imposible, porque cuando tragó saliva, recordó.

Recordó cómo Wolf había apretado un puñado de su cabello a la altura de la nuca para atraerla hacia él, introduciendo más centímetros de los que ella podía albergar. Había gemido de puro asombro cuando el glande suave y caliente alcanzó a tocar su garganta, haciendo vibrar el cuerpo del hombre en respuesta y el suyo propio con una sacudida violenta. Él se retiró, para luego volver, chocando de nuevo contra su garganta, y repitió aquellos sugerentes movimientos, penetrándola como si estuviera hundido entre sus muslos. Ella se convulsionó, con una emoción extraña brotando de su pecho hacia todas direcciones, tensando cada uno de sus músculos, empapándose con la decadencia del momento. Al removerse, sintió los nudos de las sábanas en las muñecas y en los tobillos, y un grito de advertencia había restallado en su mente. Estaba indefensa. A su merced.

Él le había robado los orgasmos más obscenos de su vida, ¿qué sería capaz de hacer con ella atada y sometida? Intentó echarse hacia atrás, pero Wolf la tenía sujeta por la cabeza y no se lo permitió. En cuanto notó su resistencia, la aferró con más fuerza, presionando su miembro contra el velo de su garganta. Blanche se puso tensa al sentir cómo se ahogaba, Wolf colocó la mano libre en su nuca y la empujó un poco más hacia él, obligándola a albergarle más, tomando posesión de su boca sin compasión. Blanche se estremeció al recordar lo asustada que había estado en ese momento; y también lo emocionada e impaciente que se había sentido. Él había presionado con firmeza y confiando en lo que hacía y eso había provocado que su sangre hirviera de pasión. Ansiosa por descubrir qué sucedería a continuación, qué sentiría, qué reacción extraña e involuntaria sufriría su cuerpo, había cedido a las demandas de Wolf. Su parte física se había quedado fuera de su control y los anhelos que había sentido eran difíciles de definir.

Se dio la vuelta en la ducha y alzó la cabeza para que el agua le empapara el cabello. Había deseado mostrarse ante Wolf con toda sinceridad, que contemplase su desnudez y sus impulsos femeninos, hacerle partícipe de su regocijo y de su gozo. Se había entregado a él sin protegerse.

Un aluvión de emociones había subido por su estómago como la espuma del mar, hasta abrasarle la garganta y Wolf, tras permanecer inmóvil dentro de su boca durante unos eternos segundos, se retiró, saliendo de su boca. Ella intentó frenarle apretando los labios y los dientes, arañando su erección con los incisivos. Wolf emitió un gruñido y la agarró por el cuello, frenando de golpe el impulso de Blanche de darle un peligroso mordisco. Se inclinó sobre ella para besarla, introduciendo la lengua tan dentro como tan dentro había estado su miembro, hasta que Blanche se quedó sin aliento. Pataleó, o lo intentó, con los pies juntos. Wolf liberó su cuello y recorrió su cuerpo con la palma áspera y caliente, hasta su sexo. Blanche separó los muslos, permitiéndole entrar y penetrar, y en cuestión de segundos se encontró rendida a sus caricias, temblando de placer con los intensos roces de sus dedos.

¿Cómo era posible que un hombre tuviera ese tacto en sus yemas? ¿Cómo podía experimentar esa picante sensación de placer que le ponía el cuerpo tenso y el sexo caliente?

Recordaba haber deseado más. Había gozado como nunca en su vida y quería más. Nada era suficiente, ni el cuerpo de Wolf, ni las caricias de Wolf, ni el tacto de Wolf. Quería algo más. Quería sacar de dentro de ella la mujer que había encerrada, la que todavía estaba presa en un lugar de su interior y aunque Wolf se esforzaba por obligarla a salir, Blanche sentía que no era suficiente.

¿Qué dijo Wolf mientras acariciaba sus pliegues sensibles, rojos e inflamados, al mismo tiempo que le lamía y le mordía los labios?

—Abre la boca. Saca la lengua, vas a respirar por la nariz cuando te atraviese, voy a derramarme dentro de ti y tragarás todo lo que esté dispuesto a darte. ¿Lo has entendido?

—Sí.

A duras penas había podido pronunciar aquella sílaba, tenía la cabeza desconectada del resto de su cuerpo. Su mente rememoró la escena como una espectadora que estuviera fuera de su cuerpo y tuvo que apoyarse sobre la pared de azulejos cuando su vientre sufrió una convulsión.

Wolf había inspirado hondo, llenando aquel torso impresionante de aire, alzándose sobre ella oscuro y peligroso como una bestia. La había sujetado por el pelo para iniciar una nueva aproximación, sujetándose la erección con el puño para dirigirla hacia su boca. Ningún hombre había hecho eso para ella. Obligarla a hacer algo nuevo y excitante.

Se cubrió el cuerpo con los brazos, el agua le bajaba entre los pechos, convergiendo hacia el vello que cubría su sexo. Su clítoris había comenzado a palpitar a causa de los recuerdos, porque Wolf había sido duro con ella. Duro e implacable y había depositado su pene entre los labios de Blanche, insinuándose y dejando que ella lo tomara como quisiera. Y ella había succionado con fuerza, buscando absorber cada gramo de lujuria que poseía el hombre, porque Wolf era pura y adictiva sexualidad. Cada movimiento, cada inflexión en su voz, cada gesto iba revestido de puro pecado y ella lo quería todo. Envidiaba su naturalidad, su confianza, su fuerza. Y su pene. Lo odiaba y adoraba por igual, lo amaba por su sabor y lo odiaba por lo mucho que lo necesitaba.

—Traga.

Blanche se ruborizó, poniendo aquello en perspectiva, no entendió lo que el señor Wolf quería decirle porque estaba demasiado perdida con las sensaciones que experimentaba. Sin embargo, cuando su glande volvió a presionar contra su garganta y se introdujo un poco más, hasta hacerle daño y provocarle arcadas, comprendió lo que tenía que hacer y tragó. Wolf había emitido un gruñido que casi le provoca un desmayo al atravesar los músculos de su garganta. Blanche nunca había hecho una cosa así, ni se le había pasado por la cabeza que pudiera hacerse. Había estado a punto de ahogarse y había tosido nerviosa cuando él salió de su boca, no había estado preparada para el dolor, para la excitación y para la grieta que había comenzado a formarse en su interior.

Pero Wolf nunca había sido permisivo con ella. Implacable como lo había sido durante toda la noche, sujetó su cabeza con firmeza y penetró su boca de nuevo, introduciéndose hasta más allá de su garganta. Ella se lo tragó, notando como sus músculos cedían, como todo su cuerpo se tensaba, como aquel gesto tan posesivo, carnal, obsceno y delicioso a la vez, provocaba picantes palpitaciones en su clítoris. Fue fascinante comprobar cómo su cuerpo respondía a una estimulación indirecta sobre su sexo, solo porque el hombre le acariciaba la garganta. Y era Wolf quién había recibido placer al frotarse contra su garganta apretada; y ella, por sorprendente que pudiera parecer, también había recibido placer. No lo entendía, pero tampoco le importaba.

—Perfecto… —había murmurado él, moviendo las caderas para introducirse en su garganta, cada vez más deprisa—. Preciosa, Blanche. Increíble… Joder…

El señor Wolf había gemido y jadeado, prisionero de sus emociones, pues sin ella, sin Blanche, él no podría haber disfrutado de aquello.

Cerró los ojos con fuerza, acariciándose los labios al recordar el sabor y la intensidad del momento, su forma de acelerar y el dolor en el cuello y la mandíbula. Sorda a cualquier otro sonido que no fuera de Wolf, había sentido que la saliva resbalaba por su cuello. Al retorcer las manos se había clavado los nudos en las muñecas y el sudor había cubierto todo su cuerpo, empapando la cama. Había tenido los muslos tan mojados que al frotárselos unos contra otros los había notado resbaladizos y pringosos.

Sentirse mojada por todas partes había sido fabuloso y lo que siguió a aquello, fue todavía mejor.

Se había inclinado sobre ella, liberándole el pelo para, con ambas manos, separar sus muslos. Había hundido la cara entre ellos para cubrirle el sexo con la boca y la lengua. Fue una lucha sin tregua. Wolf era más hábil, la había excitado rápido, sin piedad, hasta la locura. Y Blanche se había esforzado por mantenerse consciente para empaparse de todas aquellas emociones. Wolf usaba las manos, el cuerpo y la boca para empujarla contra el precipicio de un placer sin límites y ella solo disponía de su lengua, sus dientes y sus labios. Rabiosa por estar privada del tacto, lamió, mordió y tragó, sintiendo un intenso calor abrasarle la piel, las entrañas y el corazón. El orgasmo sacudió sus cimientos una vez más, ya no quedaba nada en el mundo que ella deseara más que ese maremoto de emociones que quebraba su alma un poco más cada vez, rompiendo las barreras que todavía la mantenían amarrada la realidad.

Derrotada sobre la cama, se echó a llorar. Wolf acunó sus muslos con suavidad para seguir besándole el sexo, lamiendo y succionando su clítoris dolorido y palpitante, olvidándose de su propio placer. Blanche no podía ofrecerle nada parecido a lo que él le daba, pero no tuvo tiempo de sentirse deprimida porque un nuevo orgasmo la reclamó, derrumbando aún más sus defensas. Wolf se levantó entonces y regresó a su posición inicial, acunando la cabeza de Blanche para hacerle el amor a su boca. La tristeza se disolvió en cuestión de segundos y la excitación que desprendía el hombre la envolvió con fuerza. Escuchó y sintió su orgasmo, y saboreó como su miembro se hinchaba dentro de ella un momento antes de derramarse en su lengua. El sabor dulce, caliente y poderoso inundó todo cuerpo y lo tragó todo, saboreando el exquisito licor que procedía de Wolf, lamiéndose los labios sin poder dejar de temblar de gusto.

Después de aquello, Blanche apenas recordaba nada. Su último pensamiento se encontraba en un instante detenido en el tiempo, con ella atada a cuatro extremos de la cama redonda. Había estado boca abajo sobre el colchón, con el rostro hundido entre las sábanas y los puños cerrados, y Wolf entre sus muslos penetrándola con golpes profundos que hacían crujir las ramas que formaban el nido de la cama.

Después se había despertado con el corazón acelerado y, asustada, se había encerrado en el baño, bajo la ducha para no escuchar los gritos que resonaban en su cabeza. ¿Qué había hecho? No, no era el qué. Era el por qué. ¿De verdad le había entregado a Wolf todo lo que tenía? ¿Todo lo que ella era? Se pasó las manos por la cara, tenía que salir cuanto antes de allí.

La mampara de cristal de la ducha se abrió de golpe y Wolf apareció recortado en el umbral, envuelto en la niebla y el vapor del agua del baño. Blanche se pegó a la pared del fondo, temblando, sin poder apartar los ojos del cuerpo que había tirado por el suelo toda su decencia y buena educación. De piel aceitunada, músculos cincelados y huesos prominentes, con el torso amplio, las caderas estrechas y dos piernas firmes como troncos. El entramado de tendones que formaba el cuerpo de Wolf era una representación terrenal de lo divino y lo prohibido.

—Estabas aquí, Blanche —saludó él, sonriendo de medio lado, con los ojos dorados brillando como el oro fundido.

—Señor Wolf... —gimió, apretándose el vientre con las dos manos.

Entró en la bañera, aplastándola con su presencia contra el muro de azulejos que tenía detrás. Se acercó hasta que Blanche sintió el calor abrasador que desprendía su piel y apretó las caderas contra su cuerpo, insinuando sin ningún pudor la erección que comenzaba a crecer. Se convulsionó, notando un fuerte tirón entre las piernas. Su sexo estaba ansioso por ser llenado de nuevo, por experimentar aquella cruda tensión en sus músculos internos mientras cedían para albergar al hombre dentro de ella.

—Señor Wolf —susurró ella, intentando convencerse a sí misma de que lo que iba a decir era lo más sensato para todos—. Ya ha amanecido. Es hora de que me vaya.

Continuará...



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